LAS VIDAS DE JULIO

HOY, 10 DE DICIEMBRE, DÍA DE LOS DERECHOS HUMANOS

Julio subió al autobús. Le extrañó ser el único viajero. Todos los días, a esas horas, se encontraba con la chica rubia y muy delgada del auricular blanco en su oreja derecha, con el chico de la cazadora marrón que no la quitaba ojo de encima o con la madre y la hija que, sentada a su lado, recostaba la cabeza sobre su hombro hasta que se quedaba dormida. Sin embargo, esta mañana, cuando el autobús arrancó, él era el único viajero. Le gustaba sentarse en los asientos del final. En las dos primeras paradas tampoco subió nadie. En la tercera, el autobús abrió las puertas y vio cómo subía un niño, de unos nueve años, abrigado por unos sucios andrajos. Una piel aún más sucia recubría, aunque apenas ocultaba, su esquelético rostro. Se colocó en los primeros asientos. El autobús paró de nuevo para dejar subir a una mujer completamente vestida de negro. Incluso la cabeza la llevaba oculta por una capucha negra que no dejaba ver sus facciones, ni sus ojos, ni un centímetro de su piel. Se acomodó al lado del niño. Julio miró a través de la ventanilla a la gente que se dirigía por las aceras, con rutinaria normalidad, a sus trabajos. Una sensación de angustia se fue apoderando de él. El siguiente en subir fue un hombre al que una mordaza aprisionaba la boca. Advirtió que una gruesa cuerda unía sus muñecas. Se sentó al lado del niño y de la mujer. Julio miró para otro lado. Instantes después, pulsó el timbre. Al estacionarse el autobús en la siguiente parada, con sigilo, se apeó de él. Y se perdió entre la gente que poblaba las aceras.

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